La familia Romero-Mendoza, después de cuatro años en Indiana, retorna a México

La familia Romero-Mendoza ha retornado a México después de cuatro años des servicio misionero en nuestro Vicariato. Su despedida tuvo lugar el domingo 21 de marzo con una eucaristía celebrada, con permiso de las autoridades, en la maloka de la misión. Se dieron cita una treintena de personas, entre ellas el alcalde de Indiana, el señor Marlon Rengifo Crisóstomo y representantes de la Municipalidad; el equipo misionero de Mazan (p. Kamil Tokarz y comunidad de religiosas de la Adoración); el Consejo de Pastoral de la parroquia San José Obrero y algunos amigos y vecinos.

Al final de la celebración hubo varios discursos por parte de los homenajeados y de los invitados, en un clima de emoción contenida y agradecimiento. El evento continuó con un almuerzo ofrecido por el equipo misionero.

Reproducimos algunas intervenciones de aquel día.

Antonio Romero, en representación de la familia completa, dirigió estas palabras:

«Nuestro agradecimiento es profundo como las aguas del río Amazonas, nuestro espíritu destila en nuestro interior una garúa que se quiere convertir en una precipitación propia de esta tierra que con su esplendor esmeralda y calidez de su gente se queda en nuestro corazón por siempre, el motivo de mis palabras es la gratitud al Creador, al pueblo de Indiana, a la municipalidad en ambas gestiones con las cuales tuvimos la oportunidad de compartir el servicio, a la parroquia, el vicariato y al equipo de compañeros misioneros con los cuales hicimos equipo durante estos cuatro años.

Gracias gente hermosa de Indiana, gracias a todas las familias que conocimos e hicimos amistad, a la IEPM 60071 Andrés Cardó Franco, al colegio San José, a cada profesor y alumno que nos brindaron su confianza y la oportunidad de compartir la vida.

Gracias Dios por traernos, tenernos y entregarnos a esta tierra con su maravillosa gente. Nuestro espíritu se niega a la despedida, más es necesario experimentar este desprendimiento que desgarra garganta y corazón, los cielos se nublan haciendo nudos de dolor que oprimen dejando caer las lágrimas cual torrencial lluvia amazónica.

Gracias  a todos por darnos la oportunidad de estar con ustedes, Dios los bendiga infinitamente.

Nos vamos llenos de ustedes y deseamos que ustedes se queden llenos por siempre del amor misericordioso de nuestro Padre Celestial y de Jesucristo nuestro salvador.

Y San José siga cuidando a su gente trabajadora como padre protector.

Agradecidos en Dios: Familia Romero Mendoza. (Antonio, Mónica Adriana, Obed, Raziel y Magdiel)»

Por su parte, el p. César Caro en su homilía refirió:

«Con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo, que tiene que morir para liberar toda su energía y producir un día fruto. Si «no muere», se queda nomás sobre el piso. Por el contrario, si «muere» vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y nueva vida.

La vida misionera cumple esta lógica también: para dar vida es necesario «morir», como el palo de yuca. Reconocemos hoy y agradecemos que esta familia haya dado vida durante los cuatro años que ha pasado en Indiana. Ha dado vida y por tanto ha sido feliz.

No se puede engendrar vida sin dar la propia. No es posible ayudar a vivir si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los demás. Los misioneros hemos de “morir” a nuestro país, despedirnos de nuestra familia, dejar nuestra cultura… Es de alguna manera, “morir”, cambiar, ser “otros” (aunque seamos las mismas personas), vivir como vive la gente a la que servimos, encarnarnos. Ellos lo han hecho. Adriana como profesora, profesional respetada, entusiasta, incansable… Toño como compañero, chacrero, miembro de la APAFA y cocinero a turnos, sabio en medicina alternativa, miembro del CODISEC… Y sus hijos Obed, Raziel y Magdiel como alumnos, amigos, compañeros de juegos, criadores de perros y gatos… Unos vecinos más de Indiana.

Solo se puede dar vida muriendo. Como misioneros, esta familia ha dado vida. Como catequistas y animadores de la fe, en las visitas a las comunidades del Manatí (donde “el padre” Antonio es conocido), Yanayacu… Pero sobre todo, ellos han iluminado y han dado vida por su testimonio como familia; es posible ser una familia cristiana, es posible educar a los hijos como seguidores de Jesús, es posible incluso que Dios llame a una familia completa para ser misioneros, porque nos llama a todos.

Y todo esto, de manera “oculta”, discreta, como el grano que está en lo profundo de la tierra, estamos llamados a amar y servir con discreción, desde lo pequeño, sin vanidad, “sin que se note” ni “para que nos vean”, sin ser el centro.

El Vicariato, al que represento como vicario general, les da las gracias por tanto. Detrás de mí, todos los misioneros y las gentes de Indiana. Les vamos a extrañar. Les deseo que, en lo pequeño, su vida siga siendo fecunda y creativa, por los caminos por donde ahora Dios los quiera conducir. Déjense llevar y cuenten siempre con el Vicariato, con el pueblo de Indiana y con su equipo. Les queremos».