El 19 de febrero de 1946 llegan a la Estación Agrícola de Colonización del Río Napo dos franciscanos canadienses, Fray Alexandro Duplily y Fray Emilio Turgeon, portando una resolución para demostrar al señor Gualterio Frans Von W. que habían comprado el fundo. La entrega de ley se realizó el 8 de abril de 1946. Varios días más tarde llegaros sus otros hermanos, en una lancha de madera, con parte del material de logística para la misión que emprendieron.
Al iniciar el año 1950 ya tenían instalado el aserradero para construir las casas que eran necesarias.
La relación con los moradores se inició con rapidez porque continuaron pagando los mismos jornales que daba el señor Gualterio.
El sacerdote celebraba la misa los domingos en la capilla que donó don Gualterio, cuya placa debería poderse encontrar entre los restos del tempo caído.
Como los moradores seguían incrementándose río arriba, río abajo y al otro lado del río, decidieron construir el templo en la loma; para ello, acordaron que los moradores prepararan el terreno y el operario del aserradero la madera de cedro. Esta madera la aportó el ejército del vizcoronel Portillo-Curaray, según acuerdo entre el párroco y el comandante. La misión pondría la máquina y el combustible y el ejército los trozos de cedro y personal de mano de obra. Así, la construcción del templo se inició en el primer quinquenio de los años cincuenta y se comenzó a utilizar el año 1956.
La iglesia se extendía gracias a las hermanas de Nuestra Señora de los Ángeles desde su llegada en 1951. Ellas, como profesoras, iniciaron las catequesis de primera comunión y confirmación con los alumnos; todo se hacía en horario posterior a las 4 de la tarde en el mismo salón donde impartían las clases.
El párroco iniciaba sus “estímulos” a los fieles que acudían a la celebración dominical desde la capilla del Señor de los Milagros, repartiéndoles los insumos que recibía de la Unión Europea: sémola, trigo, leche en polvo y mantequilla. Cuando recibía ropa la entregaba a las familias según el número de integrantes, cuántos varones y cuántas mujeres eran sus hijos.
Un sacerdote recorría los fundos, Napo arriba, Napo abajo, llevando los sacramentos de bautismo, confirmación y matrimonio. En la sede parroquial recibía las visitas de los moradores que acudían pidiendo unas veces el bautismo, otras el matrimonio, recibiéndolos a todos, les daba una charla de dos horas o más y de ahí se iban a sus canoas, como un receso, a tomar y cambiarse si se trataba de un bautizo o un matrimonio. Los que acudían al párroco eran personas que deseaban que sus hijos fueran bautizados en la iglesia o casa de Dios, como ellos lo llamaban. Surcaban o bajaban en grandes ovadas (embarcación casi plana de forma oval) con todas las provisiones de comida y bebida (masato) junto a los compadres, padrinos y familiares más cercanos. Así fue cómo se incrementó la iglesia.
El que dirigió la construcción de la iglesia fue Fray Juan Bautista Longlois y sus dos sobrinos, Guido y Gil, dos jóvenes obreros del lugar.
Una de las novedades para los napinos fue que el primer techo del templo era de trozos de madera de 60 x 40 centímetros pintados con alquitrán. Es una de las razones por las que el armazón está compuesto por listones estrechos. Esto fue cambiado en la época del reverendo Euclides Riopel, así como el puente o tabladillo que confeccionaros desde la caseta que está en el puerto frente a la casa parroquial, a una altura de unos setenta centímetros, para contrarrestar las crecidas del río. Este tabladillo llegaba hasta la casa parroquial, la casa de las hermanas y la iglesia donde iniciaba el primer peldaño; ahí lo hicieron más ancho, de la misma anchura del concreto (cemento).
El mobiliario del templo constaba de un confesionario a cada lado de la puerta; unos dos metros más adelante iniciaban cuatro filad de bancos que hasta hoy existen, los cortos a los costados y los largos en el centro y antes de llegar al primer peldaño, para subir al altar, había un reclinatorio de unos doce metros de largo donde se arrodillaban para recibir la comunión. El celebrante iniciaba de derecha a izquierda, los que recibían se retiraban por los costados y los que se acercaban y se iban arrodillando para esperar la comunión, por el canchón (pasillo ancho) del centro.
Era la época en la que el sacerdote celebraba dando su espalda a los feligreses y en latín, y no entendíamos nada.
Como fueron aumentando la población de los fieles y las chicas del internado, el P. Euclides de acuerdo con la superiora confeccionó el balcón en la parte de atrás y en alto junto con la escalinata todo cubierto de madera para que no se les viera el calzón a las que subían o bajaban.
Nuestro templo era el lugar donde los escolares rezaban el rosario los meses de mayo y octubre y la misa el primer viernes de cada mes a las ocho de la mañana. Los que debían comulgar no comían, por eso debían llevar su desayuno para después de la misa.
Así como este acontecer, también se daban las celebraciones solemnes en fechas como el 28 de julio o el día de la amistad que coincidía con la visita pastoral del obispo. Estas celebraciones reunían mucha gente y el templo se quedaba pequeño por lo que el párroco decidió poner dos filas de bancos fijos a los costados del altar. Todos estos acabados de muebles y bancos los hacía el maestro carpintero Juan Manuel Chumbe Fatama, empleado de la misión. Como parte de la ambientación estaba el pabellón peruano a la izquierda y el del Vaticano a la derecha.
En la década de los sesenta instalaron un parlante en la parte de arriba. Los domingos, desde las siete de la mañana, se difundían las canciones de la iglesia que muy bien se escuchaban en toda la población. Fue un gran acierto del párroco.
También se daban las misas de cuerpo presente o responsos, según la solicitud de los deudos. Por la fiesta de Todos los Santos se hacía una misa igual a la de todos los domingos, pero el dos de noviembre, día de los difuntos, ponían en el centro del canchón, frente al altar, un cajón con una mortaja negra que semejaba un ataúd con unos velones ardientes en los costados.
La misa del gallo se hacía a media noche, los fieles acudían con el mayor respeto y se daba tal como lo indica la liturgia. No entiendo si ya no se da la liturgia o es opcional según el lugar donde se celebre.
Las procesiones del Santísimo, del Domingo de Ramos y vía crucis del Viernes Santo se hacían dentro del templo; las catorce estaciones estaban en la pared; el celebrante y los monaguillos se desplazaban por los canchones y los asistentes desde sus asientos seguían toda la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Los matrimonios eran celebraciones especiales. Los preparaban las hermanas; había sillas especiales para esta celebración con cojines y cubiertos con manteles de unos colores para los contrayentes y otros para los padrinos. También los anillos y las monedas que “derramaban” los contrayentes en sus manos. Si la familia no tenía la suficiente capacidad económica, las hermanas prestaban toda la vestimenta, pero el matrimonio era elegante a la vista del pueblo creyente.
La conservación del templo se debía al cuidado que le daba el párroco con los obreros que siempre lo han tenido en forma permanente. Cada año, o temporadas algo más largas, se pintaba el techo; además, se petroleaba la parte inferior del piso todos los meses un sábado.
Los franciscanos iniciaron en el 1946 y por este puesto de misión pasaron 21 misioneros, pero el que se quedó perenne fue el padre Euclides Riopel, hasta el 29 de mayo del año 1987.
Después de 41 años, asumen la parroquia los padres norbertinos, el P. Lamberto Baiten como párroco, durante 21 años. Este misionero fallece el 20 de marzo de 2008, Jueves Santo, día del sacerdocio; fue velado en el templo y a su velorio acudieron evangélicos e israelitas acompañando a este hombre, sin duda por sus méritos.
Así se fue extinguiendo el servicio que durante 67 años dio este templo al pueblo, donde tantos se bautizaron, hicieron su primera comunión, confirmación y se casaron. Una construcción que adornó al pueblo y que tendremos siempre en el recuerdo, con la viva esperanzade que pronto tengamos otro lugar donde inclinar la cabeza a Nuestro Creador.
Santa Clotilde a 25 de octubre del 2023.
Florencio Rosales Anacona.
NOTA: Las aclaraciones entre paréntesis son del editor.