La vida de los misioneros que nos precedieron es un tesoro que guardamos con orgullo y agradecimiento. Ellos abrieron caminos y nosotros hoy, con admiración y cariño, tratamos de seguir su estela.

Juan Marcos Mercier OFM
Nació en Canadá en 1933. Al principio trabajo en Pevas, Indiana y Estrecho. Después sintió el llamado de servir a los pueblos indígenas, que eran los más abandonados del vicariato, iniciando una nueva misión entre los Kichwas del Alto Napo, Angoteros. Se entregó hasta al final al pueblo Kichwa, también adoptó el apellido de Coquinche. Murió el 14 de marzo de 2006.
“Viajando aguas arriba y aguas abajo llegué a Monterrico-Angoteros y desde aquella primera convivencia ya me encariñé con sus habitantes. Y ellos conmigo. Ya en abril de 1972, los runas de Monterrico-Angoteros (…) me habían construido una casa y habían levantado también una capilla rústica.
– Ven a vivir acá, te queremos con nosotros, dijeron. Y yo acepté gustoso pues ellos se habían anticipado a mis deseos. (…)
Algo me sucedía desde entonces, algo parecido a una metamorfosis, a un cambio de piel: poco a poco me seducía el mundo indígena y mis afanes de conquista y evangelización cambiaban de norte. Fui a evangelizar. Terminé evangelizado. Fui a conquistar. Ellos me conquistaron”.
(Aguirre, M. La utopía de los Pumas, CICAME, Quito 2006 pp. 204-205)
“Hijo de la selva,
Vivo con los Espíritus del Monte,
Madres, Kurakas, Ángeles-
Amo a Padre Sol.
Amo a Madre Tierra.
Amo al Espíritu de los ríos,
Amo a la Madre del Viento.
Amo al kuraka de la selva.
Con ustedes pues vivo.
Oh todos ustedes los Espíritus,
Encargados por nuestro Padre Dios.
Oh Padre Sol, ayúdame.
Oh, Espíritu de los Ríos, ayúdame.
Oh, Madre Viento, ayúdame.
Oh Kuraka del Monte, ayúdame.
Con ustedes pues vivo.
Ñuka kanta llakini, Yaya
Kampa wawalla kani, Yaya
Alli pacha llakini, Yaya
Kampa wawalla kani, Yaya
Te amo, Padre
Soy realmente tu hijo, Padre
Te amo verdaderamente, Padre
Soy realmente tu hijo, Padre”
(Cantos que gustaban a Juan Marcos en Aguirre, M. Ibíd. pp. 365-367)


Imelda Lossier
Hospitalaria de San José natural de Canadá. Desapareció el 17 de octubre del año 2000, con otras 6 personas en las aguas del río Amazonas, en un accidente fluvial cerca de Indiana. Dedicó su vida a la juventud, siendo profesora en el colegio de Indiana y asesora del grupo juvenil de la parroquia. Durante varios años, acompañó a la Pastoral Juvenil del Vicariato y fundó la JEC (Juventud Estudiante Católica).
Mons. Miguel Olaortúa Laspra OAR
Concluida su labor como administrador apostólico de San José del Amazonas (2011-2015), Mons. Miguel Olaortúa prosiguió su ministerio episcopal en el vecino Vicariato de Iquitos. Del 6 al 27 de octubre de 2019 participó en Roma en la fase final del Sínodo Especial para la Amazonía. Llevaba un tiempo sintiéndose indispuesto y con la salud delicada. Falleció en Iquitos poco después de regresar del Sínodo, el 1 de noviembre de 2019. Tenía 56 años. El funeral fue presidido por Mons. Nicola Girasoli, Nuncio Apostólico en Perú. Una muchedumbre abarrotó la plaza de armas para despedir a su pastor. Los restos de Mons. Miguel descansan en la catedral de Iquitos.



Hno. Pacífico Dubé OFM
Pacifico (Armando, de pila) nació en las riberas del Río San Lorenzo, en Quebec (Canadá), el 20 de Setiembre de 1926. Creció en una familia campesina con 9 hijos: 3 mujeres y 6 varones. Fue una familia muy respetada por la vecindad y su parroquia. Allí encontró las bases de una vida con espíritu de servicio y entrega personal.
Trabajó durante 4 años en una fábrica de muebles aún antes de celebrar sus 20 años. Muy pronto se sintió atraído por la vida espiritual. Estuvo unos meses tentado por la dura disciplina trapista, pasando luego al ritmo claustral de los cistercienses junto con su hermano menor Cipriano… y, un día en 1950, concluyó su recorrido de búsqueda en el convento de los franciscanos, diciendo simplemente al guardián del convento: “Me gustaría vivir en comunidad…”
Pacífico conoció la severa práctica de la lectura de Maitines de madrugada. No buscaba un refugio en la vida religiosa. La sencillez del poverello de Asís le permitió entrar de lleno al servicio de su comunidad como factótum (el hombre con todas las soluciones), ora en el mantenimiento general, reparación, ora como cocinero…
En 1961 partió para Jerusalén y vivió en el convento de San Salvador durante 11 años… en el centro principal de los lugares santos cristianos. Supo sobrellevar las dificultades principales del italiano y del árabe palestino.
Cuando la tranquilidad de esos lugares se lo permitía, gozaba el poder retirarse en silencio para meditar y orar. El trabajo comenzaba muy de madrugada y toda la vida de servicios múltiples era muy exigente.
Jerusalén fue una etapa muy importante para Pacifico ya que lo recordaba siempre y con muchos detalles. Una conversación con él siempre acababa con memorias de esta Tierra Santa.
El año 1972 le permitió a Pacifico conocer un nuevo rumbo: el Perú. En el leprosorio de San Pablo (Río Amazonas) vivirá durante 9 años, ayudando a la obra de su hermano, el sacerdote Ernesto Dubé, llamado Ángel de los leprosos. Aportó bastante a los leprosos y ellos apreciaban la humildad y sencillez de aquel franciscano que estuvo aprendiendo el castellano mientras mezclaba graciosamente el francés con el italiano, y el árabe con el loretano. Realmente no siempre era fácil entenderlo. Pero por otro lado tuvo una facilidad única para las bromitas y lo picaresco en las conversaciones, lo que gustaba mucho a la gente y a él los seguían manteniendo alerta y animado. Confiesa tranquilamente: “Nunca tuve miedo de vivir con los leprosos. Vivía con ellos con facilidad y felicidad… Me gustó vivir en San Pablo…”
Los 10 últimos leprosos que se encuentran hoy todavía en la Casa San José, en San Pablo, lo recuerdan y aprecian con muchísimo cariño.
En el año 1981 se accidentó gravemente allí mismo, en San Pablo, manejando el tractor y tuvo que ser intervenido en la Clínica Stella Maris en Lima. Le pusieron tres pernos en su cadera izquierda. Por suerte la operación fue tan exitosa que después de un breve tiempo volvió a caminar sin dificultad.
Este mismo año 1981 llegó a Punchana en Iquitos, donde nuevamente monta su adorable tractor, con el cual periódicamente cortaba el gras de toda área verde del convento. Poco a poco Pacifico se vuelve el alma de la casa, siempre atento a todos sin igual. No hubo nadie quien al acercarse a él saliera sin un consuelo, una palabra de aliento o un poquito de chispa. Era prácticamente impensable el convento franciscano sin su presencia.
Sus humildes trabajos y miles de gestos de caridad y misericordia con los pobres y necesitados como también con los misioneros, le ganaron muchísimo aprecio y simpatía.
A Pacífico le gustaban mucho los animales. Hubo siempre un perrito y muchos gatitos en el convento. Un día, en agosto de 2015, con uno de esos gatitos traviesos se enredó y cayó tan desafortunadamente que se rompió la parte alta del fémur y tuvo que ser operado en Lima. Durante dos semanas tercamente se negaba ir, ya que no estaba acostumbrado de viajar en avión y sobre todo no estaba acostumbrado de dejar su querida y caliente selva (la apreciaba mucho porque él era friolento). Prácticamente, no se movía nunca de allí.
Finalmente, se convenció y a tiempo fue operado. A Dios gracias, todo salió muy bien. Pacifico consiguió otros dos pernos, esta vez en la cadera derecha. Juntando los de las dos caderas llegaba a cinco, lo cual le provocaba hacer una excelente broma: “Doctor yo soy mejor que mi tractor”.
Su fuerza, resistencia y valor le han hecho ganar nuevamente “un boleto” de retorno a Iquitos en tiempo récord de dos semanas.
Cuando parecía que su vida seguiría tranquila tal vez hasta los 100 años y allí mismo, en su paraíso de la selva, en su querida Punchana, al comienzo de marzo de 2017 se le detectó de repente un cáncer de piel. Le comenzó a crecer un tumor en la cabeza. No hubo otro remedio sino llevarlo a Lima para su tratamiento de radioterapia y quimioterapia. Llegó a Lima a la enfermería de los Franciscanos Descalzos a comienzo de octubre ese mismo año. No perdíamos esperanzas de que Chiquitín volviera a Punchana. Él estuvo ansioso de volver a su casa. A cada visitante le decía que ya se va de regreso. Un día, contra toda la voluntad de los responsables, se preparó para el viaje, vestido, con la maleta lista y pasaje de avión aunque ya la fecha era vencida. Su corazón latía por su terruño.
Lastimosamente, el tumor no desaparecía con la quimioterapia y Pacifico tuvo que ser operado, lo que ocurrió con éxito, pero luego vino la caída de la cual ya no se pudo recuperar. Antes de ser operado, el provincial de los Franciscanos Descalzos le dio la última unción. Parte del rito es darle a la mano del enfermo un crucifijo, por un momento. Pacífico lo agarró y dijo en voz alta: “no me había equivocado por seguirte”.
Unos días después llegó a la UCI de la Clínica Tezza donde falleció la noche del 14 de abril de 2018.
A pesar de su avanzada edad (pasaba los 91 años) se mostraba muy lúcido, con una memoria envidiable, con un buen estado de salud, independiente sin ser carga para otros. ¡Y qué observador! En tris tras, como nadie, se daba cuenta de algunas características de las personas que veía en la casa. Lo mismo cuando se trataba de arreglar las máquinas, herramientas o artefactos, etc. Al toque encontraba su mal y empleando su brillante inteligencia y experiencia les devolvía la vida. ¡Operativos! ¡A usar de nuevo!
Realmente nadie como él nos hablaba tanto de Dios, nos aconsejaba y animaba en la misión. Siempre tuvo bajo la manga un trozo del evangelio y evidentemente el preferido fue la mujer samaritana. Cuántas veces nos decía: “Chiquitín (era un nombre por excelencia, con el cual se dirigía a todos), no te olvides, vivimos de la vida de Dios, en Él nos movemos”, “tenga a Dios en el corazón, lo demás se soluciona”. Él mismo declaraba con toda naturalidad que: “recé toda mi vida, rezaba sin darme cuenta de que estaba en estado de oración”.
Todos los misioneros acudíamos a él para que nos solucionara nuestros problemas. Que el motor, que la tenaza para la leña, que se rompió el maletín, que la luz, que la llave, que buscábamos las pastillas, los periódicos, etc etc. Chiquitín, como le decíamos con cariño, era la solución para todo. Muy preocupado de que tomáramos desayuno, que llegáramos puntuales, que no nos dejara el bote, la lancha, el avión.
Tenía un gran amor a los pobres, marginados, enfermos… para los que siempre tenía algo que compartir. Para algunas hermanas era el rey de la casa y realmente hacía honor a este nombre. Parece increíble cómo una persona de tanta edad y aparentemente sin hacer ya mucho pudo ser tan necesaria y agradable con tan solo su presencia.
Ciertamente su pérdida cerró una parte de la historia del Vicariato San José. Hay como un antes y un después de Pacífico. Ojalá su muerte traiga nuevos brotes de vida, vida digna de su ejemplo, en la comunidad franciscana y esta pequeña Iglesia de San José del Amazonas.
A partir de la fecha de su muerte lo recordaremos aún más como un gran misionero, gran franciscano, sencillo y humilde, paciente y de buen humor, muy servicial, siempre dispuesto a ayudar, un gran ejemplo a seguir. No faltarán misioneros y otros amigos que ahora dirán: “¿quién reparará el tractor cuando Pacifico se haya ido, quién nos hará reír, quién nos hablará de Dios, dará consejos, alumbrará los pasadizos de la casa, quien nos dará esta mirada penetrante con sus ojitos bizcos…?”