Desde que el estado sionista inició una campaña contra la población civil residente en Gaza hasta el día de hoy, vivimos horrorizados la consolidación de un genocidio contra un pueblo inocente, desarmado y carente de cualquier capacidad de resistencia ante un extermino que, día a día les hace presente un infierno en su tierra.
Nuestro vicariato hoy se extiende sobre el territorio que, tiempo atrás, vivió un genocidio cuando la codicia por la industria del caucho llevó a la esclavitud y el posterior extermino de los pueblos que, hasta la llegada de la industria cauchera, habían vivido de manera pacífica entre las cuencas del Putumayo y el Caquetá. Siguiendo las historias que nos narran los abuelos, y los testimonios escritos de quienes fueron testigos, podemos ver cómo cuando el mal se abre paso en el corazón de los hombres y se despersonaliza a pueblos enteros para lograr oscuros fines, se puede llegar a las cotas más altas de perversión sin remordimiento por parte de quienes renuncian a los derechos humanos para lograr sus deseos. Los horrores que perviven en la memoria de pueblos como el Murui o el Bora nos hacen ver a quienes hoy les acompañamos, nos recuerdan que la inhumanidad puede llevar, a quien posee el poder sobre otros grupos, y las armas para hacerlo efectivo, a perder todo rastro de conciencia en el ejercicio de opresión sobre las gentes a las que se busca dominar, llegando al exterminio de la población por la ceguera del dinero, del territorio o del horror de mostrar orgulloso el poder a quienes se domina.
Hoy la humanidad contempla escandalizada los bombardeos sobre hospitales, escuelas, mezquitas e iglesias, campos de refugiados y colas de niños buscando ayuda humanitaria; ayer fueron los capataces caucheros los que buscaban sus cuotas a base de tortura pública, escarnio y horrores en la población a la que sometían, sin importar cuántas vidas se llevaran por delante, persiguiendo como único fin la riqueza personal, como si la humanidad de las personas originarias de Amazonía fuese un obstáculo a evitar en tal camino.
Frente a la propaganda sionista que justifica sus ataques por una supuesta persecución al grupo armado Hamás, cabe reflexionar con criterio, ¿a qué peruano se le ocurre que para acabar con Sendero Luminoso se tenía que haber bombardeado colegios, hospitales, iglesias y pueblos nuevos en Perú? No hay una sola vida inocente que tenga que ser eliminada por ningún objetivo, sin embargo, recordando el horror que supuso Sendero Luminoso para el país, conviene señalar que las víctimas mortales a manos de la organización en el pasado son menos numerosas que las que ha causado el estado sionista en su ataque sistemático sobre Gaza.
A los horrores sobre vidas humanas eliminadas cabe señalar también los hechos que recrudecen el genocidio, como la imposibilidad de acceder alimento y agua potable a los sobrevivientes, trasluciendo el deseo expreso de eliminar a la población palestina del mundo. ¿Qué buscan quienes niegan ayuda humanitaria a los sobrevivientes del conflicto que los propios dominadores han causado? ¿Acaso no se busca exterminar a toda la población, como ocurriera hace un siglo y medio con los nativos amazónicos a quienes se consideraba menos humanos por ser blancos y tecnologizados, como otrora ocurriera en Europa contra los judíos por no ser descendientes de según qué pueblos?
Sin embargo, nuestra natural indignación y repulsa del genocidio no puede quedarse en el rechazo de lo que el estado sionista ha venido haciendo sobre Palestina y ha acelerado desde el año 2023, mencionando una supuesta “respuesta legítima” mientras multiplica por 60 (en el momento en que escribimos esto) el daño sufrido. En Perú hoy dejamos los tiempos del genocidio cauchero atrás, aunque algunas familias quedasen en la riqueza y los pueblos amazónicos siguen necesitando reparación… pero podemos identificar muchos males que hicieron posible el genocidio y que siguen sin corregir.
El genocidio del Putumayo llevó a la última expresión la deshumanización de los pueblos amazónicos, pero aún hoy los ciudadanos peruanos de la Amazonía siguen padeciendo el desprecio de otros compatriotas, como podemos ver en la precaria situación de la educación y la salud en la zona, los malos tratos que padecen cuando van a ciudades fuera de la Amazonía, o los daños que hoy pesan sobre quienes siguen residiendo acá, con cotas de pobreza y precariedad que manifiestan la gran desigualdad que tiene un país rico como Perú. Hoy en la república no se está atacando a la población nativa como ocurre en Palestina, pero sí se está abandonando a los pueblos en aislamiento voluntario que padecen incursiones con fines comerciales, se ignora la voluntad de los pueblos frente al extractivismo, o se mira para otro lado cuando avanza la trata de personas en nuestro país, algo que también padece la población migrante a la que se desprecia sistemáticamente por ser pobre y huir de Venezuela.
Señalar el mal que está causando sin complejos el estado sionista sobre la población de Gaza y Cisjordania (allá donde Jesús de Nazaret vivió su vida pública) no puede llevarnos a la autocomplacencia cuando también hoy, en nuestra realidad amazónica y republicana, se dan tantos fenómenos de deshumanización y de ataque a población nativa, como si los horrores que padece Palestina (en tantos casos idénticos a los que se vivieron en Europa en los años 40) pudieran eclipsar los males que, en nuestros días, se nos han hecho naturales a fuerza de convivir con ellos. Pedir humanidad con Palestina y el fin del genocidio, debe ir de la mano con el trabajo para que en nuestra república todos los pueblos vivan con dignidad, y se acabe con la desigualdad, la violencia y una pobreza obscena que no es deseada por Dios, que quiere que todos sus hijos e hijas vivan con igual dignidad. Recordemos que, al final de nuestra vida, aquel que nos regaló la existencia nos preguntará, como hiciera con Abel en el mito del Génesis, qué hicimos con la vida de nuestros hermanos.
✍️Texto: Pablo Jareño López – Cuervo.



