El pasado 3 de enero los trabajadores de la oficina de Punchana y los misioneros implicados en tareas de administración y coordinación, junto con Mons. Javier, tuvimos la oportunidad de iniciar el año con una jornada original y disfrutona.
Agarramos bártulos (parlante, sillas, plumones, papel, agua, piqueos…) y nos subimos a uno de esos viejos colectivos cuadrados que recorren Iquitos -parece que retrocedes en el tiempo a los años 70- que nos llevó a un lugar llamado Tagaste, en el kilómetro 3.5 de la carretera Iquitos-Nauta, un recinto para retiros y encuentros que, como su nombre indica, pertenece a los agustinos.
Anna, la ecónoma del Vicariato, siempre intenta promover un ambiente positivo en la oficina, las buenas relaciones, la ayuda mutua, que se vaya formando un verdadero equipo. Para ello es clave tratarse más allá del escenario de trabajo, saber valorar al otro, sembrar afinidades y remar para que la comunicación fluya, con asertividad y aprecio mutuo. Se trataba de dedicar la mañana a cuidar esas dimensiones tantas veces esquivadas o ignoradas.
Contábamos con la inestimable ayuda de Griseda, Pina y Sole, las hermanas de Tamshiyacu, ya expertas en los procesos y metodologías del taller ES.PE.RE., que prepararon esmeradamente una batería de dinámicas y juegos muy agradables, ligeros y efectivos. Así que cantamos, dibujamos, bailamos (“soy una taza… una tetera…”), reventamos globos, comimos chifles y por supuesto reímos. Y mucho, con abundantes carcajadas que a mí me sirvieron de desatascador emocional, y cuánto lo agradecí.
No hubo diálogo en “grupiños”, no fueron necesarias confidencias, pero sí se requirió que nos relajásemos, que nos abriésemos y que nos diésemos en cierta medida. Los momentos de convivencia espontánea son excelentes para conocerse: un partido de vóley en el gras, un chapuzón en la piscina, competir en los juegos de mesa… no hay nada como divertirse juntos para conectar, qué bien nos hizo.
Pero, de todo lo de ese día, que fue especial, me quedo con el momento de la foto. Pidieron voluntarios (creo que diez), nos sentaron en círculo de lado pero muy juntos, con la rodilla izquierda tocando el poto del vecino; luego nos pidieron tumbarnos y dejarnos caer con todo el peso sobre el de detrás; y cuando nos acomodaron bonito… ¡fueron retirando las sillas donde estábamos sentados! Increíblemente no nos caímos.
Cada cual estaba apoyado sobre la debilidad de su compañero; una suma de pequeñeces entregadas con generosidad resulta ser un sólido tejido de resiliencia, solidaridad y confianza. Eso somos, aunque nos escabullamos por pereza o respeto humano. Lo pude sentir más allá del mero pensamiento, y unas cuantas hebras de la energía que soy se recolocaron y reconectaron. Así comenzó 2022; ojalá sea un presagio de mejoras, ilusión y vida plena.
César L. Caro